28/6/09

De la 307 al quirófano



La verdad es que creo que el miércoles llegué contenta al hospital, mucho más de lo que imaginaba. Los nervios se iban disipando según cruzaba los pasillos y en el momento en que me dieron habitación respire sin encogerme de hombros por primera vez.

Habitación 307, tercera planta puerta siete, un nuevo número que me acompañará en la historia de mi vida. La enfermera me dio un pijama culero. -Luego vendrá el celador a por ti para bajarte al quirófano.- La frase no sonaba mal del todo después de tanto tiempo esperándola.

Me metí en el baño y me puse el pijama culero acordándome de Rafa y de que pensarían los que me viesen pasearme así. Imagine por un instante que si miraba a la calle todos los transeúntes, con sus bolsas de la compra, sus perros, su prisas y sus andares torpes irían vestidos con batas blancas de hospital atadas con más o menos gracia en el culo, algunos con ropa interior, otros sin ella.

Tuve unos instantes surrealistas y divertidos con mi familia, de esos en los que la tensión del momento solo te deja reírte de tonterías, y en las que nos sacamos una colección de fotos en la que todos estábamos especialmente horrorosos.

A la hora, más o menos, apareció el celador con su pijama verde y su alegría en el cuerpo. Me informó con discreción que tenía que quitarme tambien las bragas y me subí a la silla de ruedas que me llevo hasta mi destino. Me dijo que nunca había visto a nadie sonreír tanto de camino a una operación, ahora sé que sonreía porque ni si quiera llegaba a imaginar lo que me esperaba. La familia me seguía por el pasillo dando ánimos y lanzándome besos, hasta que atravesé las puertas del quirófano.

Me sorprendí al darme cuenta que al otro lado de las puertas todo, absolutamente todo, era verde, y además, exactamente el mismo verde. Ese verde hospital chillón estaba por todas partes, en las paredes, en las camillas, en los uniformes...

Me tumbaron en la camilla y de he reconocer que los nervios comenzaban a agitarse. El anestesista, el Doctor Aguado, todo un cachondo, me puso unos electrodos mientras que me explicaba que estaba convencido de que las mujeres no teníamos corazón, pero que no perdía la esperanza de encontrar alguna con él. Mientras el Doctor Rivero estaba a mi derecha, no pude evitar decirle que me daba más miedo que me pusieran la vía que la operación en si, de nuevo pobre inocente de mi hablando antes de saber, me dijo que no me preocupara y me cogió de la mano y estuvo allí, de pie, junto a mi, sonriéndome con los ojos hasta que me dormí. Nunca olvidaré ese gesto de ternura con esa mano amiga apoyándome.

Es curioso el mundo de la medicina, estas mirando el techo, lo que eres capaz de ver entre dos lamparas gigantes de metal, como dos ovnis perdidos de marte, y de repente no estas, no hay nada, vacio.

2 comentarios:

  1. lo mejor la sonrisa con la que te fuiste...nos tranquilizo como no hay medicina alguna.

    ResponderEliminar
  2. y que siguieras sonriendo en la habitación después de 10 horas de operación también ayuda a estar todavía más seguros que todo va a salir como tiene que salir -que conste que yo te lo dije, sólo una mandíbula!

    El instinto no me falla, y preparate que nos quedan muchas cosas...

    Besos con mucho cuidado que aún estás dolorida,
    Jesús alias Manager

    ResponderEliminar