24/6/10

De la edad del metal a la era del plástico

Cumplo un año. Pastillas, tubos, sobres, radiografias, ampollas, insomnio, agobio, problemas para respirar, preocupación, vértigos, infecciones, puntos, brackets, elásticos, tirones, tornillos, dolores, placas, ejercicios, paralepsias... Creo que ha sido el año más largo que he vivido, pero hasta aquí he llegado señores.

Me quitaron el metal visible, toda una liberación vivir sin aparato. Los dientes resultan tan suaves, parece que solo nos damos cuenta de las cosas cuando nos las quitan. Ahora uso un retenedor, una funda de plástico a medio camino entre un boxeador preparado para encajar un golpe y una dentadura postiza de yayo, que se encaja sobre los dientes. Aunque reconozco que es más divertido ver el vaso por las mañanas en el cuarto de baño, con su particular color azul, por las pastillas limpiadoras, con los dientes flotando y la duda de cuantos años tengo encima. Pasar de parecer una adolescente crecidita a una abuela desdentada de golpe es un tanto extraño, y sobretodo teniendo en cuenta que rondo los 30.

Resumiendo finamente este proceso es un coñazo. Largo y pesado por no decir eterno. Aun me quedan las revisiones del implante, la evaluación de parálisis y decidir si me quitan dos de los dichosos tornillos de la nariz.

La cara la noto a medias y la sensación de sujeción no ha desaparecido, parece que tengo a alguien contratado para seguirme sujetándome con los dedos la cara. El lado derecho es el que peor está, si me miro en el espejo y sonrío parezco el icono que arruga la cara.

Aunque todo tiene también sus ventajas, ahora los dientes chocan, extraña sensación por cierto, puedo masticar más, algo que agradece mi estómago, se me ve tanta encia que parece que me llega hasta la frente y cada día tiemblo cuando pienso en cerrar bien la boca.

Prueba superada... en el fondo, y aunque no se me note demasiado: soy feliz.

Gracias a todos por aguantar mis neuras, mis desvaríos, mis achuchones y mis subidas y bajadas.

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