26/10/11

¿Por qué será que lo bueno siempre acaba y lo malo no termina de terminar?

El quirófano seguía siendo verde, el olor continuaba siendo intenso, el chiste del anestesista, que también era el mismo, ya no tenía tanta gracia y, sobretodo, mi sonrisa ya no era tan grande.


Algo que se prometía como pasajero, llevable, media horita de anestesia, despiertas y a casa como una rosita, se transformó en tres horas y media, un trozo de placa y tres tornillos menos, una nueva colección de puntos y remiendos a mi encía, varios días de dolores de cabeza, suero a chorro que te entra hasta el cerebro, pastillas, mocos y de nuevo a ahogarse por las noches. Por no hablar de las dichosas vías, eso si, esta vez en su versión simple de andar por casa.


Lo mejor las dos frases para la posteridad. La del anestesista: "en los próximos dos días no entres a la cocina, todo pincha, corta y quema" y la del cirujano "la peor sinusitis que he operado, había tejido necrosado y casi les podía contar las patitas a tus inquilinos". Para nota con corona, que diría mi abuela.


De esto ya han pasado meses. Cuando te quitan los puntos siempre se llevan también parte de tus recuerdos, esos que no te dejan dormir, que te llevan a volver a sitios que no tienes ganas de ver. Queda el poso del aguante, del tiempo de espera para acabar y de la resignación que te acompaña a hacer las cosas que no tienes ganas de hacer.


La última revisión, hace dos semanas, dio por sentado que la cosa avanzaba favorablemente, como en las notas del cole PA+, pero lenta. Tardaré aun un año en tener una nariz operativa y normal... normal... ¿qué será eso?

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