15/7/09

Entre pajitas y scrables anda la vida

Los días transcurren, eternos en su devenir, inconstantes en sus reacciones. La cara oscila a ratos haciendo entretenido el comentario continuo, las suposiciones varias e incluso, en los momentos más atrevidos, las apuestas entre los que me rodean.
La mañana, según me levanta, suele ser uno de los momentos más críticos del día con dos consecuencias: la que se ve, la cara más hinchada a trozos y aplastada a otros; y la que se siente, el acartonamiento que me obliga a creer cada mañana que llevo puesta una careta que me tapa de los ojos a la barbilla. Son curiosos y complicados los calambres, sobretodo los que recorren el paladar por dentro, en el hueco que quedó después de la operación y que se está regenerando ahora poco a poco, muy poco a poco. Un espacio en el que a veces pienso que se han dejado una loncha de queso aposta para transformar mi maxilar en un San Jacobo listo para freír.
Las tardes van mejor, la cara se relaja y los labios se cortan, pero existe el cacao a granel en el cuarto de baño, amarillo y graso con olor a vicvaporus, pero prodigioso en cuanto a cicatrización se refiere.
Las noches me suelen dar la vida, aunque la cara duele más, los puntos tiran, la tripa se revuelve y a veces tengo la sensación de acabar de bajar de una montaña rusa larga de más, es el momento en el que recupero salir a la calle, el caminar con el viento escaso pero intenso para mi (triste cuitada que vivo en esta prisión...). A veces me paro en una esquina, con los brazos estirados dejando que esa mínima brizna de aire recorra cansada todo mi cuerpo mientras mi novio me aguanta, tal vez pensando que no le queda otro remedio.

Lo más curioso sin duda está siendo redescubrir los sabores. Ahora que mi estómago parece tolerar la comida, sin excesiva sacudida interna, estoy disfrutando del infinito sin fin mundo de los purés licuados combinados. De la lombarda con judía blanca y arroz, a la zanahoria con calabaza y judía verde, o el calabacín con champiñones, puerros y tofu; el mundo del puré licuado ofrece posibilidades curiosas y coloridas. A ratos tengo que volver a oler el bol para comprobar que no me estoy comiendo un bote de pintura. Los sabores se multiplican dentro de mi boca y la lengua, cada vez más despierta y menos tímida, se atreve a enfrentarse a ellos con el placer de una entusiasta primeriza. Aunque hoy estoy de celebración, con bastante torpeza y dificultad, estoy estrenando mi primera cuchara. Valga la redundancia a la cara de bebe que se me está quedando hay que añadirle el comer con una cuchara especial de silicona de Chicco, por aquello de los calambres y la falta de costumbre. Es extraño verte como un bebe crecidísimo de más, entradísimo en años para estas tecnologías, intentando comer con cubiertos como si fuera la primera vez en su vida y sintiendo, con cierto decoro, que la mitad de lo que ingiere se le escapa entre la comisura de los labios aun dormidos. Que decir, todo un espectáculo.


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